Valle de Pineta

VALLE DE PINETA, PIRINEO OSCENSE

De Jorge Riechmann

 

El agua salta desde seis u ocho metros. Aventurarse bajo el torrente es recibir en la nuca un fortísimo mazazo de resurrección. Presión devoradora que esencializa al ser humano: un esqueleto vivo bajo la columna de sol líquido.

Esto sucede a mediodía. La tarde anterior, poco después de que la corona del día haya efectuado su última minuciosa ronda de inspección por las paredes verticales del valle, el caminante se allega al mismo cauce. Aprendizaje de la creación inacabable: durante largo rato, el ejercicio obsesivo de detener con los ojos la danza nupcial del agua en mitad del espacio, de convertir en estallada cabellera de vidrio el flujo hirsuto y exuberante de la montaña.

Pero ocho años antes el caminante escribe los versos siguientes para la misma dama:

 

Surtidor cabellera que no grita
nombrándose a sí misma en extensión férvida de impulso
flecha que tensan soles aboliendo sus máscaras de musgo
ala abatida soñando su refugio en un torrente
mortífero de crines y de espumas
diosa gestándose a sí en el trenzarse de la enhiesta cabellera de abedules
que no gritan que velan su deseo su corteza de mármol
que hilvanan su silencio como esbelta memoria desde el agua
diosa de cabellera fluvial tu propia madre y amante de la bruma
accidentalmente he sorprendido tu silencio.

Los árboles no eran abedules; hoy apenas se tolera a sí mismo este tipo de licencia poética. Qué disciplina aérea exige el amar, el crecer, el estar vivo.

 

Jorge Riechmann (“Intimación”, Cántico de la erosión, 1985-1986)