Soto de Revenga

 

SOTO DE REVENGA

De Fernando Arribas Herguedas

 

Soto de Revenga, Segovia, cualquier día del final del invierno de 1982.

Una  tarde  decidí  pedalear  más allá de la explanada a la que mis padres me llevaban en las tardes de primavera. Encontré prados verdes bordeados por muretes de piedra y fresnos centenarios. Bajé de la bicicleta y busqué un arroyo que murmuraba escondido entre los espinos y las zarzas. Aquel día descubrí lugares para explorar y refugiarme. En mis peregrinaciones semanales confiaba en que, tarde o temprano, algo importante me sería revelado. Creí identificarme con el fresno, la comadreja huidiza entre las piedras, las cigüeñas desconfiadas y el zorro que marcaba su rastro junto al arroyo. Una mañana fría de marzo encontré un zorzal muerto y lo enterré cuidadosamente al pie de un árbol. De pronto, me sentí ajeno a todo lo que me rodeaba, como un forastero en tierra extraña,  y  me di cuenta de que la ansiada revelación quizás nunca llegaría.