MAR MENOR. LA LAGUNA SALADA.
De Carmen Díaz Beyá.
Abatida y humillada, apenas me quedan ya fuerzas para contornearme.
En lo que tardan en recorrer mi cuerpo unas últimas bocanadas de oxígeno me aferro al recuerdo de los hombres y mujeres que tuve entre mis brazos. Parece que fue ayer cuando era capaz de despertar la pasión que habitaba aquellos cuerpos subestimados.
Enredados entre sus miedos, mi transparencia reflejaba su más auténtica y verdadera belleza. Mientras ellos me amaban con deseo carnal, ellas lo hacían venerando mi pureza. Cómo adoraba ese momento en el que al fin abríamos los ojos y nos observábamos, extasiados, ya sin juicios que acometer. Sólo entonces éramos capaces de reconocernos y de dejarnos arrastrar por la frescura de ese instante de libertad en el cual nos mimetizábamos con el UNO.
Ahora, pasados apenas unos pocos años, me siento sucia y nadie viene a verme. A veces, algún ser amante solloza incrédulo al buscar lo que fui y encontrar lo que soy. Cada vez me cuesta más reconocerme sin ellos entre mis aguas. Algunos ecos recitan que me estoy recuperando. Pero yo no puedo ver con estos ojos que ya no son de sal, sino de pesticidas. Me pesan mucho. Me duele el alma.
Y en esta terrible sed que se está llevando mi vida, me pregunto si acaso a ellos, a los humanos, no les importa olvidar quiénes son capaces de ser junto a mi calma ¡No! ¡No os dignéis olvidar quiénes sois! Ayudadme a no morir envenenada de incoherencia y consumismo y sobre todo ¡devolvedme mi transparencia! Pues sólo en ella encontraréis la de vuestra propia vida.